Maddy tiene dieciocho años, es una lectora voraz y sueña con convertirse en arquitecta. Su vida no distaría demasiado de la de una adolescente normal de no ser por su alergia al mundo exterior: desde pequeña, sufre una rara enfermedad que le impide salir de casa e incluso tocar cualquier objeto que no haya sido previamente desinfectado. De lo contrario, podría sufrir una parada cardíaca, un colapso pulmonar… el más mínimo detalle podría disparar una infinidad de reacciones capaces de acabar con su vida.
A pesar de todo ello, Maddy ha asumido su enfermedad y vive feliz dentro de su casa, su burbuja, desde la que recibe clases por Skype, comenta por Internet sus libros favoritos, y a la que solo pueden acceder, tras un riguroso proceso de descontaminación, su madre y su enfermera.
Cada día en la vida de Maddy es una réplica al anterior, pero eso no la molesta. No necesita más. No quiere más. Hasta que unos nuevos vecinos se mudan a la casa de enfrente... y aparece Oliver.
Todo, todo se plantea, primeramente, como una novela de desarrollo y resolución complejos. Es ese conflicto, la curiosidad por descubrir cómo se puede construir una trama romántica plausible y coherente con tantos impedimentos de por medio, lo que nos lleva a interesarnos por la historia de Maddy y Olly.
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